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#gravedad | surrealismos | Daniel Seguer


(Contractura lingüístico-eólica catalana)

“Me cago en el amor”.
Tonino Carotone.

Instrucciones de uso

Las filias afectivas humanas ocasionan encuentros y desamparos. El mapa de posibles intersecciones lo dejamos a la imaginación de quien lee. Las próximas líneas son tan solo hilos de una red repleta de agujeros.

Los rigores de la physis

La necesidad de abandonar lo conocido. El dolor de la gravitación sentimental en ebullición. Llegar a la otra cara del planeta. Zafarte del Cabo de Hornos por el paso de Drake para revelarse yunques y anclas en la maleta del fin del mundo, pese a poder orinar contra el viento sin mojarte. Descubrir piedras, en vez de cigarrillos, agarradas a los pulmones. Sentir que se sigue fijado al suelo, que no te caes del mundo por estar boca abajo. Certificar que la gravedad es compañera de viaje, sin aguardar en destino. Sin haberla abandonado en origen. Cemento en los pies. Sombría. Mafiosa o no. 

¿La conquista de Marte o la búsqueda de la ingravidez? El ad infinitum de la vulgaridad. La insoportable levedad del ser, un cisma entre Teresa y Tomás, que bien pudiera haber sido “la desquiciable gravedad del estar”, si la moneda hubiese acogido diferente rostro. Ella grave, él etéreo. Colona, la primera; astronauta, el segundo. Disgustados los dos. La seriedad de la cuestión. Terraformar el color rojo. Hacer respirable su gravedad. Atarnos al suelo. Replicar la máxima gestual del creced y somatizaros. 

La gravedad es un sino de lo que se es y de su contrario. Ausencia de ser. Lo grave de la elección voluntaria. Globos intentando volar, cordeles enfrentados al helio. Manzanas de flor en flor. La cabeza como necesidad newtoniana. La levedad como sentido de gravedad. Mordiscos pecaminosos tras la crítica empírica. Ritual de lo habitual, diría Jane’s Addiction. El suicidio y el consumo enfático de drogas como atajo de abandono.

La fotografía que no permite disfrutar lo disfrutable. Exhibición como medida de desmesura. La gravedad grandilocuente. Obesa. Fingir para quién. La gravitación como caída asintótica del triángulo balanceándose sobre una de sus esquinas. Deslizamiento material. La cultura personificada en intento de por qué. Su peso flirteando entre las pestañas. Notas distorsionadas.

Los rincones del pathos

La atracción a la tierra conlleva obligaciones perennes. Soportar el techo. Sujetar a los hijos. Urdir para sufragar dichos sudores. El qué dirán sin las ostentaciones habituales. Huir de ello, antes de su visita. O después de sucumbir, como el protagonista de aquel lunes por la mañana. Pero entonces la desidia ya se ha apoderado de los impulsos. Inercias gravitacionales que obligan a deslomarse. Agradecimiento en una ronda de entrevistas laborales. Chiquilladas de multinacionales inquietas.

No traer rebaño al mundo. Y sin embargo, letras que saltan del libro como luciérnagas en el camino. Se asoman al vacío sonrientes, pero el vértigo a desahuciar una vida de comodidades se les enreda en el cabello. Hormigas abocadas a la telemetría. Esperanza de que no.

La hipoxia del logos

De cómo se tiene la certeza de que las cosas funcionan mal. Óxido en la mente. Ruido de uñas al arrancarse. Ardor en la garganta. La ingravidez fílmica de Oliverio al encontrar a la mujer que le hace volar. Fuerza centrífuga. Vértigo a la fémina grávida. La peonza que no para de bailar. 

Efecto geométrico de la materia sobre el espacio-tiempo, dicen algunas lenguas que caviló la sonrisa de Albert Einstein. La Geometría de Víctor Iriarte: necesidad de volver a lo vivido, espacio, memoria, polos de atracción, lucubración, texto o no: “(…) lo que aquí está cada vez más lejos, en otro lugar está cada vez más cerca, es extraño esto de las distancias”. El fetichismo de la editorial que regó el despegue, empecinada en tejer entre dos acuarelas idiomáticas de espaldas siamesas. Cada una a un lado de la cicatriz pirenaica. Si bien en esta ocasión, solitario paisajismo local. Gravedad rodando hacia abajo.

¿Qué recuerdo? El peso del sueño. Juicio y suspensión. Lo onírico como escapatoria. Placebo de la desidia. El nomadismo como antídoto. El sedentarismo es un desinfectante. Disciplina para sucumbir, huida desestructurada. Porque me duele tu dolor. ¿Dónde? Aquí y ahí. La tautológica vacuidad del llegar a ser se convierte en el work in progress existencial de nuestra era. Quizás incluso.

Soplar al viento

Oscilaciones del hipotálamo en la diatriba friccional entre gravedad y levedad.

La (in)comunicación como arritmia disfuncional posibilita que. Cambiar la posición del escritorio un centímetro altera la escritura (y su contenido). ¿Un resultado? Las causas. Bondage sentimental en ambas inercias. Girar la veleta a placer (necesidad). Cada cual a lo suyo. Une autre fois. De cómo se tiene la certeza de que las cosas funcionan bien.

Apéndices por orden analfabético de supuración (notas para un pie).
Milan Kundera (1984), Lundi matin (Otar Iosseliani, 2002), El lado oscuro del corazón (Eliseo Subiela, 1992), éditions incorpore (2019, pág. 105).

Daniel Seguer (Barcelona).
Una Historia de licenciado (Universitat de Barcelona). De palabra cinematográfica reincidente (en Filmhistoria online y Contrapicado.net) y de hecho análogo espasmódico (para muestra un botón: ferbero [2008]). Locuaz en lo literario (con domicilio en ferbero y Larealidadnoexiste.com), pero transeúnte en lo cotidiano. Sus libros: Paisajes en una maleta / Paysages dans une valise (éditions incorpore) y Emir Kusturica (ed. Cátedra). En la actualidad está inmerso en sus Diálogos con una tostadora.


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