#entropía | metaficción | Àlex Marín Canals
A nuestros insignes escritores les ha dado por teorizar. En los últimos tiempos hemos asistido al encarnizado debate entre los defensores de la terminología de «novela río» y los que discuten este término por parecerles que no define apropiadamente las características de este tipo de obras. Estos quieren rebautizarlas como «novela de principio entrópico» o «novela S» (por su alusión al símbolo universal de la entropía). Y es que, para ser sinceros, la cosa tiene miga.
Para empezar con nuestras reflexiones a este propósito, conviene definir qué es la «novela río». Según el Investigador de la C. De L. A. Vileya: «La novela río es una obra donde existe una trama principal que avanza cronológicamente y es contada desde diferentes ángulos […]. Para que la novela río se dé en todo su esplendor se deben dar tres factores: orden cronológico, sensación de simultaneidad y concatenación de los acontecimientos. Conforme estos elementos van desapareciendo, creo que la novela río va evolucionando a otra cosa». No es, en absoluto, una saga literaria que podría definirse, grosso modo, como una serie de novelas ambientadas en un mismo universo, pero con sus historias particulares, que no desembocan en una novela final en donde confluyan los personajes y las acciones correspondientes a sus arcos finales. Su característica principal: «no es solamente la extensión, sino también el hecho de que las acciones confluyen en un mismo punto en la narración, como los afluentes en los ríos». (Dos Hermanas, 2019). Así, encontramos obras clásicas de este género como Jean-Christophe del premio Nobel Romain Rolland, En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust o La comedia humana de Honoré de Balzac, famosas como Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin y la polémica y reciente Cara de póker de E. Nieto.
Basten las anteriores palabras para hacernos una idea del sentido general del concepto que trataremos a continuación. Tradicionalmente, una «novela río» ha sido entendida como una obra , o un conjunto de novelas, en donde aparecen una serie de personajes recurrentes, con sus propias tramas, que evolucionan y terminan, de algún modo, reuniéndose en los episodios finales para concluir la narración.
La trifulca, que se ha extendido a todos los ámbitos de la creación literaria, viene a evidenciar el problema fundamental de este concepto. Los escritores defensores del término «novela de principio entrópico» o «novela S» entienden que la palabra «río» es de sentido poéticamente unívoco. El tropo literario que refiere la palabra «río», de larguísima tradición literaria, se encuentra perfectamente delimitado ya en el siglo XV en Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique: «Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en el mar/ que es el morir». Por el contrario, el concepto de entropía permitiría delimitar exactamente el proceso de desintegración y reorganización discursivas, evidenciando que es mucho más preciso taxonómicamente hablando. Es decir, «río» equivaldría a vida así como «mar» a muerte. Una «novela río» debería ser un ente vivo que no perezca en ningún punto, o que no terminase. Una «novela de principio entrópico» o «novela S» se ceñiría mejor a lo que F. Eme ha descrito como el principio y fin de la misma: «Cuando una manzana se deteriora y se rompe, su entropía aumenta; se hace más desordenada. La manzana contemplada en los dos estados sería la novela S».
Además, se da otro problema de orden categorizador: La ausencia de nomenclatura para los volúmenes unitarios de que consta la «novela río» (como entidad totalizadora, o que amalgama todas las piezas que componen la obra en su conjunto) dio paso por parte de un sector de los escritores en una serie de tertulias localizadas en el sótano del bar Lauria de Barcelona a una serie de reflexiones sobre la importancia de lo unitario dentro de la jerarquía narrativa que terminó a puñetazos. Una serie de tweets conectaron a defensores y detractores de estas reflexiones a lo largo de todo el país. Una foto de un morado en un ojo hizo que la balanza basculara momentáneamente en defensa del afectado. Pero solo hasta que otra agresión filosófica, relacionada con los derechos de autor, relajó la visceralidad del propio debate, permitiéndonos a nosotros abrir estas reflexiones sin ánimo de polemizar y recibir injurias por ello.
De allí se extendió esta corriente de pensamiento que está generando las discusiones teóricas más interesantes de los últimos setenta años. Trataremos de fijar esta postura ciertamente polémica.
Considerando que las partes de que consta la novela río, es decir, las novelas, o tomos, que la configuran, son, a la vez, entidades independientes y estrechamente vinculadas al corpus total, el debate empezó cuando propusieron denominarlas de un modo científico para absorber las nuevas tendencias crítico-filosóficas. Si bien es cierto que «novela río» es un concepto evocador, en el momento en que se fuerza la metáfora hasta alcanzar a estas piezas (Infancia, Adolescencia, Juventud…), surge una duda etimológica, y geográfica razonable. El novelista y profesor J. Velázquez aventuró a llamarlas «novelas de afluente de la novela río», aduciendo que
como imagen, «río» es potente, pero en la propia concepción de un corpus novelístico completo desdice el sentido metafórico de dicho término, saliéndose de toda la tradición literaria ya que los poetas prefijaron esta imagen como la de un ente vivo, y en las «novelas río» el último volumen sirve, generalmente, para contarnos el final de los arcos narrativos, de los propios viajes de los héroes, acaso el final de los conflictos o de los antagonistas. Así, nombrando la parte por el todo, no deberíamos considerar estas obras resultantes como «novela río» sino como «una novela de afluentes». Ya que el río ha sido siempre la metáfora de la vida, todos los afluentes alimentan a los ríos, pero el final de estos trayectos es siempre el mar, o el océano, es decir: la quietud.
«Las novelas actuales, para ser calificadas de novela río, deberían poseer unas cincuenta páginas menos, es decir: todo el final del último volumen» indicó C. Luna del Centro de Estudios del Renacimiento de la UAB, aliándose inesperadamente en el bando de Velázquez. «De este modo, no tendríamos la sensación de que ha finalizado un trayecto que, en términos metafóricos, sería la mar, que es el morir, que es donde terminaban las buenas historias de caballeros». Es decir, si contemplamos la «novela río» como un ente vivo, deberíamos tomar la noción de la parte por el todo, y circunscribirla dentro de los parámetros de, o bien la «novela de afluentes», o la «novela mar». No es frecuente que, en literatura, se asimile el todo por una parte metafóricamente central y extrapolable a «todas las novelas del universo que se precien de vividas» (E. Nieto, 2019). En este caso, los defensores del concepto de «Novela S», o «Novela de principio entrópico» sostienen que la noción de «río» no se ajusta más que a un porcentaje significativo de todas las obras del mundo, en su conjunto, no al resultado de todas las piezas del puzzle compositivo tan característico de la anteriormente conocida como «novela río».
La explicación resumida de estas disquisiciones es bastante convincente. Si consideramos que todas las novelas son afluentes para esta, las llamamos menores en sí mismas, restándoles su valor intrínseco (pues, ¿quién recuerda el nombre de los principales afluente de cualquier gran río?) cuando, de todos es sabido, que, en sí mismas, son capaces de recibir el crédito o el oprobio más absolutos. Para muestra, el segundo volumen de los siete de que consta En busca del tiempo perdido, que fue el único galardonado con un Goncourt. Y un río, metafóricamente hablando, jamás es un ente que permanece estático como, por otra parte, sucede en cualquier texto editado.
Verba volant, scripta manent.
En consecuencia, apuntan, en la actualidad una «novela río» debería ser una obra interactiva, sin fin. N. Espejo, del CREAL, adujo que
estamos muy cerca de poder escribir novelas infinitas gracias a la colaboración combinada de los lectores (que en nuestra plataforma se convierten en potenciales coautores) y de una sofisticada IA que estamos desarrollando. En esencia, una novela río per se sería pura vida hasta que la dejaran morir, ya sea por la propia desidia del lector o por la falta de colaboración en esa historia.
Es decir, que el final de todos estos libros de escritura «tradicional» (o sea, que no participen de la escritura fijada, firmada, cerrada), no debería existir. Debería dejarse un mcguffin, o un cliffhanger potencial en las últimas páginas para que el lector siguieran esperando un siguiente volumen. Pero como, por lo general, no suele existir ya que el «camino del héroe» (J. Campbell, 1949) suele culminarse en el último tomo, y hasta rebasarse, deberían ser consideradas como novelas mar, o novelas oceánicas. Este último término se suprimió en las primeras conversaciones, poco antes del incidente del Lauria, por provocar ciertas desavenencias con las distintas corrientes psicológicas a las que estaban adscritos los distintos componentes de la tertulia. La «novela oceánica» evocaba demasiado a Freud, autor generalmente denostado entre los integrantes de la tertulia.
La apuesta de Velázquez y, de paso, de todo su bando (por el momento, dejémoslo referido de este modo) tiene que ver con el concepto de «evolución natural, y armónica, de la desordenación de la vida y del universo: la entropía».
Abogamos por el término de novela de principio entrópico, o novela S porque, a fin de cuentas, todos podemos comprender que en las tradicionalmente llamadas novelas río se da un status quo inicial que termina derivándose, rompiéndose, y no solo en los personajes protagónicos. La evolución del propio universo en el que habitan jamás podrá ser recompuesto. Cada obra, cada tomo de estas novelas que permiten construir novelas totales, o grandes frescos literarios, corresponde a un paso más allá en la tensión entre el equilibrio más o menos armónico de los primeros compases del libro inaugural hasta la desordenación más o menos absoluta de esas primeras páginas.
La apropiación posmoderna (de Prada, 2001) es la utilización de todo tipo de material, filosófico, estructural, científico, por el bien de la obra. En términos estrictos, los apropiacionistas posmodernos que proponen arrogarse el sentido del concepto de «entropía» acuñado por Rudolf Clausius en la década de 1850 consideran el cientificismo que evoca esta palabra, y su propia definición, como un punto de partida para el estudio, y la creación, objetivos de una literatura «rica en volúmenes y matices que, además, nos aleje de los mitos románticos pasados de moda del artista». El caso que inició esta disputa está en manos de los tribunales. La teoría de la «novela S» no debería ser rechazada sin un poco de introspección por nuestra parte.

Àlex Marín Canals (Barcelona). Lector de progymnasmata. Ha publicado las novelas La carne y la pared (Ed. El transbordador, 2019) y La noche de los cascabeles (Ed. Nazarí, 2018).