Música, sonido y estados de conciencia alterados.

Un acercamiento a las neurociencias cognitivas de la audición.

Por Iván García / Héctor Orozco

 

El debate impera, más vivo que antes, aquel que pueda con certeza definir el fenómeno musical que alce la voz y termine con toda discusión. La universalidad de la música sigue en controversia, y es que enfrentarse a cuarenta mil años desde el primer instrumento musical probablemente resulte en buscar lo que perdido en la memoria está. Universal o no, dictada por la cultura o implícita en nuestra existencia, la música germinó como el recurso inagotable que alimenta a varios de nuestros sentidos.

A partir del sonido, la música es estructurada. El ordenamiento del sonido (o tonos) otorga propiedades únicas al fenómeno musical. Distintas culturas lo han establecido, corrientes de pensamiento lo han reorganizado; Mozart, Beethoven, Debussy, Xenakis y la música originada en Oriente Medio y Asia son ejemplo de ello, cada uno a su forma, con un resultado diferente.

De este lado del mundo vivimos inmersos en una cultura occidental que, sin embargo, comparte rasgos de la esencia musical con otras culturas de las cuales esperaríamos ser excluyentes. El estudio conducido por científicos de instituciones en Leipzig, Londres, Montreal y Sussex confirma esta idea.

En la comunidad de Mafa en Camerún (donde la influencia musical occidental no había impactado hasta antes de realizado dicho estudio) se sometió a participantes nativos a estímulos musicales cargados con características emocionales distintivas de la cultura occidental. Los resultados arrojaron una capacidad decodificadora del ser humano a nivel emocional, mismos que en su mayoría relacionaron emociones (sin que necesariamente las experimentaran) con fragmentos musicales comúnmente relacionados a la felicidad, la tristeza y el temor. Lo que sugiere que sin importar el contexto cultural, en el ser humano existe la capacidad de identificar material musical con carga emocional, aspecto que sin duda soporta la mencionada universalidad.

Por otra parte, las neurociencias también incursionan en el entresijo del fenómeno musical y se han encargado de estudiar la actividad cerebral y su relación con estímulos auditivos musicales o sonoros. De esta se han de desprender diversas disciplinas como la psicoacústica o la neurociencia cognitiva, entre otras más que se desarrollan paralelamente sin que necesariamente se comuniquen con estas últimas como la musicoterapia, que a partir del estudio de la percepción y del tratamiento de diversos trastornos, encuentra en el sonido un punto de partida a su existencia. Incluso, como abordaremos más adelante, algunos sugieren que la experiencia sonora podría generar estados de consciencia alterados.

Entonces, valdría la pena preguntarse de dónde surgen estas ideas que posicionan a la música como un factor que altera la mente humana. A pesar de ser consideradas revolucionarias y modernas, ya en la antigua Grecia se hablaba de ello. Los griegos reconocían el poder de la música para calmar, consolar, distraer, alentar e incluso enloquecer a las personas. Existen historias en donde la música es utilizada deliberadamente con el fin de cambiar la disposición de pueblos enteros.  Hoy en día, con los avances científicos en las técnicas de neuroimagen se puede responder con mayor precisión a la pregunta: ¿Qué pasa en el cerebro cuando escuchamos música?

El regalo de Apolo, la manera en la que Eckart Altenmüller (uno de los pioneros en las neurociencias cognitivas musicales) llama a la música; es uno de los estímulos más complejos que conocemos. No sólo se trata de escuchar; sino de ver, de sentir, de moverse, coordinar, recordar y un fino balance entre un lenguaje contextualizado en una sociedad y cultura dadas, así como un lenguaje universal hasta cierto punto. Un número muy grande de regiones corticales (las partes más grandes y superficiales del cerebro) y sub-corticales (las partes más profundas, de las cuales destacan el cerebelo, el hipotálamo, el tallo cerebral, entre otras) están implicadas tanto en la escucha pasiva como en tareas de producción de música: la experiencia musical típica constituye una integración sensorial entre estímulos visuales, auditivos, somatosensoriales y la llamada red emocional.

Robert Zatorre, otro de los pioneros de las neurociencias cognitivas musicales, nos explica el por qué somos incondicionales de la música. Utilizando una técnica de neuroimagen llamada tomografía por emisión de positrones, observa una activación en estructuras cerebrales asociadas a estímulos que inducen euforia tales como la comida, el sexo o el consumo de drogas (tal vez la expresión “Sexo, Drogas y Rock’n’Roll no se aleja de la realidad después de todo). De esta manera, Zatorre logra asociar evidencia relevante a nivel biológico entre estímulos necesarios para sobrevivir (como el alimentarse) y la música a través de redes neuronales comúnmente asociadas al placer y al premio.

En síntesis, se puede afirmar que la música es un estímulo altamente complejo que se procesa en niveles muy distintos en el cerebro. Al retomar el cuestionamiento sobre el poder de la música para inducir estados de consciencia alterados encontraremos que la respuesta es compleja. Sin embargo, un tema que ha estado en boga durante algunos años es el de las drogas auditivas, concepto que sugiere se ha respondido con éxito a dicho cuestionamiento.

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“Dosis de ondas cerebrales binaurales para todos los humores imaginables” es la leyenda que se despliega al entrar al sitio web de iDoser (http://www.i-doser.com/), una de las compañías líderes en estímulos binaurales. Estos estímulos se han posicionado de una manera muy particular en el saber humano: para el desarrollador esta tecnología presenta premisas sustentadas científicamente; para la gran mayoría dentro de la comunidad científica se trata de un remedio “milagroso” carente de bases formales.

Antes que nada, describir lo que es un estímulo binaural resultaría adecuado. Un pulso binaural ocurre cuando se presentan dos tonos puros, es decir, una onda sinusoidal sencilla de manera dicótica (una en cada oído) con un pequeño desajuste en frecuencia (hacer uso de audífonos es indispensable). Por ejemplo, si se presenta un tono puro en el oído derecho de 400Hz y uno de 410Hz en el oído izquierdo, el cerebro estaría creando la ilusión de experimentar un tercer sonido que pulsa a 10 Hz gracias a la sustracción de las frecuencias originales. El tercer pulso (que aumenta y disminuye de volumen) es creado por el cerebro gracias a un efecto psicoacústico1, es decir, se trata de una ilusión generada al interior de la corteza cerebral (o bien en el tallo cerebral, todavía hay debate entre expertos), sin embargo, la literatura científica generalmente atribuye este efecto a neuronas altamente especializadas en el tallo cerebral. Si seguimos un razonamiento hasta cierto punto simplista y reduccionista, ya que aún no existen estudios convincentes que demuestren lo contrario. Empresas como i-Doser y HemiSync aseguran que el tercer pulso del estímulo entra en sincronía con las frecuencias que se presentan de forma natural en el cerebro; manteniendo así un ritmo cerebral que favorecería alguna de las funciones que el cerebro desarrolla.

Dentro de la comunidad científica se menciona continuamente el tipo de asociación que los ritmos mencionados inducen (Ver Tabla 1). Por ejemplo, existen ciertas neuronas que trabajan a 5Hz cuando se encuentran codificando eventos en la memoria a largo plazo.

Aunque la memoria es difícil de describir, los expertos concuerdan con que se refiere a la capacidad del ser humano para codificar y decodificar información en el cerebro. Es visto como un proceso anterógrado al aprendizaje y paralelo a la atención. Como fenómeno, recientemente los especialistas han comenzado a hablar de distintos tipos de memoria y de distintas conexiones y redes neuronales que tienen a su cargo procesos más específicos (memoria operativa, memoria a corto plazo, memoria a largo plazo, memoria declarativa, entre otras). Las generalidades en las que existe un consenso ya las hemos mencionado: las neuronas operan en un rango de frecuencias. Y bajo esta premisa es que HemiSync asegura una mejora en la memoria al introducir un batimiento que oscile a la frecuencia correspondiente en sus productos auditivos. Sin embargo, las bases sobre la llamada sincronía generalmente se apoyan en fuentes no científicas. Desde que Gerald Oster publicó el primer artículo científico sobre pulsos binaurales en 1973, se ha generado un debate en torno a la sincronización cerebral y los efectos putativos de las frecuencias a sincronizar.

Básicamente, existen pocos estudios publicados que realmente prueban dicha sincronización (Becher et al., 2015; Karino et al., 2006; Schwarz & Taylor, 2005), no obstante, debido a metodologías irregulares y premisas pseudocientíficas no se ha podido llegar a una conclusión contundente. Por ello, es arriesgado hablar de facultades mentales superiores afectadas por estos estímulos cuando ni siquiera se ha llegado al entendimiento de cómo estos afectan los procesos más básicos del cerebro.

A pesar de que iDoser afirma que sus productos inducen estados de conciencia alterados, otro estudio realizado por estudiantes del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey en la Ciudad de México, arroja resultados (subjetivos) basados en la experiencia reportada por los participantes que fueron sometidos a estímulos con iDoser. Dichos resultados apartan la idea de experimentar estados de consciencia alterados al hacer uso de esta tecnología binaural; ya que de los dieciséis participantes divididos en grupos de control y experimental, ninguno reportó atravesar por algún cuadro de consciencia alterada (solo se reportados efectos como taquicardia o mareos de forma inconsistente entre los participantes).

En síntesis, lo que se ha buscado es demostrar la sincronización entre el estímulo y el córtex, pero las opiniones se encuentran divididas. Por su parte la comunidad científica no se muestra a favor de la efectividad de la tecnología, sin embargo presenta un punto de partida a su contraparte. Aún así, resulta interesante pensar en el papel que (de demostrarse) la tecnología binaural podría tomar en el tratamiento de adicciones, Alzheimer, o en la musicoterapia, por nombrar algunas aplicaciones.

En conclusión, la interrogante sigue abierta aunque no por mucho tiempo; el debate permanecerá vigente hasta que los avances tecnológicos nos permitirán apartar la niebla que inunda a este tema. Que el lector lo juzgue y experimente la tecnología binaural a discreción. Es importante hacer del conocimiento que generalmente las personas expuestas a pulsos binaurales no presentan cuadros de consciencia alterada, al momento no han sido reportados efectos similares a la reacción química provocada por fármacos o drogas.

Sí, podemos decir que son experiencias de relajación, alta concentración o meditación. En forma de recomendación, los experimentos que se llevan a cabo con pulsos binaurales se realizan en un ambiente libre de luz y ruido excesivos, donde el participante pueda recostarse y relajarse por lo menos 5 minutos previos al estímulo, mantener los ojos cerrados o fijos a un solo punto, y el uso de audífonos es indispensable.

Mientras el panorama se despeja en este tema (y cuando así sea), nosotros seguiremos disfrutando de la experiencia auditiva, que el fenómeno musical continúe deleitando a nuestros sentidos y nuestras emociones; que nos transforme y la memoria nos transporte con su ayuda. Que sea lo que produzca en nuestro ser, la música; este gran invento de la humanidad nos siga acompañando en todo momento.

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