Por: Efrem Gordillo Pla
Barcelona saluda al mundo
Reportaje del ensayo “Londres-París-Barcelona” de Enric Vila
Revisando un libro para escribir este artículo he comprendido por qué Salvador Dalí –quien además de pintar, escribía espléndidamente– vaticinó algo tan pasmoso como que Europa estaba destinada a renacer sobre sus propias raíces, esto es, sobre el individualismo y sobre un catolicismo actualizado y progresista. Lo del individualismo probablemente apunte a la cuestión libertaria, dialéctica y creativa. Lo del catolicismo ya es más cortocircuitante. Podría haber sido una de sus boutades, pero cuando escribía no solía hablar por hablar. Así que permitámonos, por un momento, jugar a establecer relaciones… Y dejémonos llevar, ahora, por el placer del goce intelectual.
Andaba yo cavilando sobre la estética pública, sobre la mucha importancia que tiene el espacio público en nuestras vidas y lo poco que se explotan aún las posibilidades del arte en la calle; de un imponente y formidable arte en la plaza pública. Me venían a la cabeza las últimas tendencias en pedagogía, que dan al factor emocional la capitalidad en los factores de aprendizaje. Hablamos del factor estético y artístico (recordemos que el arte sabe de emocionarnos). Del aprendizaje significativo, es decir, aprendemos mejor si eso que nos enseñan nos despierta alguna emoción, si significa algo para nosotros.
En esta caminata interior, me planteaba si las ideas evocadas por las cosas que vemos mientras paseamos no serán ya puntos en común, si los elementos dispuestos en el espacio público no serán puntos espirituales compartidos, manantiales, formas de interpretar la realidad (tal y como uno ve la realidad, así vive su vida). Y si en definitiva esas ideas que el espacio evoca en nosotros no serán formas de ser. Formas de ser que están ya presentes en los ciudadanos sólo por el hecho de tenerlas presentes repetidamente, por la sugestión que estas provocan. Así, el espacio público se me aparecía como una gran oportunidad escolar, cívica: La estética queriendo ser la gran amante de miles de mentes deseosas por perder la virginidad filosófica y épica, por correr a través de las puertas de lo bello y llegar así a los jardines de la verdad y la moral. Mi tesis es que las formas de una ciudad son performativas: pueden dar forma a nuestros valores, a nuestra alma. Que muy a través de los símbolos de sus ciudades viven los caminantes, los paseantes, los viandantes. El símbolo alimenta constantemente la actitud, que acaba haciéndonos fructíferos en su línea dominante.
De esta forma, venía yo preguntándome por el arte público que nos falta. Los monumentos que podrían reivindicar el coraje, la excelencia, la creatividad, la fuerza, el valor del trabajo y del sacrificio, del diálogo. Sin velos ni complicaciones, sin intelectualismos. Directamente, que nuestros retoños lo capten rápido al verlo. La salud ¡la fraternidad! Me preguntaba si no podríamos levantar templos donde el ciudadano pueda ser interpelado por estas ideas. Imagínese, mi querido lector, el encontrarse en un templo que le habla sin tapujos sobre la virtud; directo en los morros, en las paredes, en el techo.
Seguimos caminando y en el barrio contiguo, unas calles más allá ¡otro! ¡Éste le ha dado a la inteligencia las garras para cazarnos! ¿No sería fantástico ir a rezar –a meditar, reposar o lo que guste– a templos de esta clase? ¿Quién no necesita del aliento de las virtudes para sobrevivir en la selva de la realidad? Pero un pueblo parece demasiado pequeño para construir y rentabilizar estas construcciones.
EL RENACIMIENTO DE LAS POLIS
El experto en teoría social y económica RICHARD FLORIDA, sostiene que uno de los pocos indicadores fiables del potencial competitivo de una ciudad es el movimiento gay. Su índice gay reza que si una ciudad atrae homosexuales, va por el buen camino. Para elaborar sus teorías sobre el éxito geopolítico, el autor de Cities and the Creative Class y de Who’s Your City? se basa en una nueva categoria social a la que bautiza como clase creativa. Según Florida, esta es la clase más importante de todas, puesto que determina el crecimiento económico y la vitalidad urbana de las ciudades. La prosperidad de un lugar es proporcional a la densidad de personas creativas que viven en él. Estas clases eligen la ciudad de residencia más en función de los niveles de tolerancia y de atractivo cultural que en función del mercado laboral. Y el colectivo homosexual coincide más que ningún otro factor con estas prioridades. Su estilo de vida se acerca al ideal del hombre creativo: lazos débiles, horarios flexibles y una vida de relaciones sociales y laborales intensa.
El profesor ENRIC VILA nos cuenta todo esto y mucho más en su ensayo “Londres-París-Barcelona. Viatge al cor de la tempesta”. Allí nos presenta a Florida y a otros muchos autores, sirviéndose de ellos para reforzar, matizar y enriquecer el contexto de sus propias teorías sobre las ciudades y sobre el protagonismo que están tomando en la geopolítica actual. A través de un interesantísimo entramado de ideas, el autor crea el marco ideal para entender la situación actual desde la posición de Barcelona. Nos encontramos ante un magnífico ensayo que integra el rigor con el atrevimiento, en el que se entremezclan ciudades, culturas, historia, reflexión moral, amor y hasta la propia biografía, intermitente, del autor. Pero, el tema de las ciudades, tal y como lo trata el libro, tiene demasiado interés y capacidad fascinante como para dejárselo perder al lector. Además, el libro todavía no ha sido traducido al castellano. Por eso, en lo que sigue, me he propuesto actuar como humilde corresponsal de algunas de las ideas queexpone. Así, desde ahora son Vila, sus lecturas, o sus autores, los que toman la palabra.
Decíamos que los homosexuales dan ritmo a las ciudades. Gastan, se relacionan, tienen libertad de movimientos y un nivel cultural alto.
Aguantan la vida urbana mejor que los heterosexuales. Pero tambien es importante que las ciudades tengan un proyecto que las cohesione más allá de la persecución febril del dinero. PASQUAL MARAGALL decía que la humanidad se salvaría a través de las ciudades o que no se salvaría. Si la creatividad es la base de la economía, todo lo que hace referencia al prestigio y a la profundidad de los marcos culturales ha de tener mucha importancia. El espíritu de las ciudades pide un ambiente de intimidad para emerger, como la vida interior de las personas. Por la noche, cuando por las calles sólo encuentras bohemios paseando sus fantasmas, es cuando ves más claramente las ambiciones de una ciudad y el capital humano que tiene para alcanzarlas.
Una ciudad sin vida nocturna es una ciudad muerta, que no tiene sueños ni energía. Por la noche se ve si una ciudad tiene calidad humana. Las revoluciones se llevan a cabo por la mañana, pero se urguen por la noche, bajo las estrellas. Si de día se ejecuta, de noche se piensa y se hace volar la imaginación. La gente que se levanta temprano tiende a despreciar los noctámbulos mientras están vivos y a hacerles monumentos después de muertos.
El ensayo de Vila apunta a que las ciudades cada vez serán más importantes, estarán más pendientes del resto de ciudades del mundo y vivirán más de espaldas a sus propios países, es decir, que se volverán tan narcisistas como París, pero sin Francia detrás. Si hasta ahora los núcleos urbanos trabajaban para los estados, ahora será al revés. El centralismo se volverá ultramoderno. Y si hablamos de España, su capital volverá a ser más que nunca Madrid. Miremos LONDRES, por ejemplo: si no fuera por la capital, Gran Bretaña no estaría en la agenda de nadie. Londres subvenciona el resto del estado y mantiene el declive de Gran Bretaña en un plano discreto. Mientras el conjunto del país cuenta cada día menos en el mundo, Londres se disputa el liderazgo de los mercados con Nueva York. La economía puede fallar si el país no es bastante sensible a los intereses de la capital. Las ciudades pasaron una etapa muy dura durante las décadas centrales del siglo XX. Cuando el muro de Berlín cayó, el centro de Londres tenía un 55% menos de población que en 1911. Entre los años veinte y los años ochenta, los cascos antiguos de muchas grandes ciudades se degradaron.
La vida urbana no inspiraba confianza. La sociedad de masas deshumanizó tanto la vida urbana que los ricos huyeron al campo. Desde 1989, el núcleo histórico ha ganado más de un millón de residentes y algunos políticos populistas sugieren que la ciudad debería tener un estatus especial –como Shanghai dentro de China. A medida que la economía se concentra, los viejos estados pierden cohesión y las antiguas naciones nacidas de la geografía reivindican su pasado histórico. De ahí la necesidad de Escocia de autogobernarse.
CHINA (QUE NO PEQUÍN)
China urbaniza un territorio equivalente a Roma cada seis semanas. El crecimiento de Asia está impulsando una poderosa Industria urbanística. Internet está lleno de proyectos de ciudades fantásticas, normalmente elaborados por despachos occidentales. Hasta ahora, los experimentos no han resultado muy exitosos. Cyberjaya debía ser la Silicon Valley de Malasia pero no acaba de arrancar. La ciudad de Sejong, pensada para convertirse en la nueva capital de Corea del Sur, se construye en medio de una fuerte oposición política. La esperanza de los urbanistas utópicos es SONGDO –que aspira a ser la ciudad más ecológica del mundo cuando esté terminada en 2016. Excepto historia, Songdo tendrá de todo: museos, universidades, auditorios, campo de golf, parque de atracciones; incluso tendrá el inglés como lengua oficial.
Gale International, la empresa que lleva el proyecto, ha elaborado un modelo de ciudad instantánea y visita alcaldes de China para ofrecerles réplicas de tamaños y precios diferentes. El gobierno de Beijing tiene en marcha una operación similar llamada Sino-Singapore Tianjin Eco City. Esta ciudad ha de transformar un desierto de salobre en un centro de tecnología punta. Y será replicable. Durante la construcción se elaborará un protocolo que permitirá a cualquier burócrata levantar una ciudad totalmente nueva en dos días.
Aunque Occidente está concen-trando el poder en las grandes ciudades para plantear la batalla con los países emergentes en territorio favorable, China es el único país que puede revolucionar profundamente la vida occidental y urbana. Es verdad que la determinación de los políticos de Beijing de urbanizar el país puede terminar como el rosario de la aurora. Pero si la jugada les saliera bien, Occidente acabaría convirtiéndose en un apéndice de China y el llamado Reino del Medio volvería a convertirse en el centro del mundo.
El proyecto chino tiene poco que ver con nada que nos podamos imaginar. Beijing quiere que el país cuente con 900 millones de urbanitas de cara al 2025. El sueño chino pasa por crear ciudades de 100 millones de habitantes, rodeadas de pequeños centros de entre 10 y 25 millones. Para dar una referencia, la ciudad más grande del primer mundo es Tokio, con 37 millones de personas. Los chinos quieren superar toda posibilidad de comparación con sus rivales nipones y los burócratas más audaces incluso sueñan una capital de 250 millones de personas. Las cifras ridiculizan metrópolis como Shenzen, que a finales de los años ochenta era una villa marinera de 30.000 habitantes y que ahora tiene 11 millones y es la sede de la compañía de biotecnología más importante de Asia. El Instituto MacKinsey prevé que, en 2025, 100 de las 600 ciudades más importantes del mundo serán ya chinas ¿Qué precio pagará el país por esta megasuperurbanización?
Entre 2000 y 2007 China perdió 300 poblaciones diarias, con los problemas de desarraigo y crueldad que esto, seguro, comportará. Pero el sueldo medio se ha multiplicado por ocho en sólo 30 años, lo cual no tiene precedente en la historia mundial. El hecho de que esto sea fruto de un proceso largo y doloroso no les impresiona. En China, la nación siempre ha pasado por delante del individuo.
Este año, más de un millón de ciudadanos ha muerto pre-maturamente debido a la conta-minación. Al mismo tiempo, la alimentación ha mejorado tanto que los soldados jóvenes ya no caben en las cabinas de los viejos tanques y aviones del ejército popular porque son bastante más altos que hace una década. Beijing quiere llegar al 2025 con un 70 por ciento del país urbanizado. Entre los proyectos más audaces está la construcción de un tren bala que recorrería China, cruzaría Rusia y llegaría a los Estados Unidos atravesando el estrecho de Bering por un túnel submarino. También queda pendiente la construcción de una ciudad vertical de más de 800 metros de altura en la región de Chansga. Desde el siglo XVIII, la principal arma de China ha sido la fuerza de la cantidad. En la última década ha construido más carreteras y ferrocarriles que el resto de países juntos y ha pasado de ser el paraíso del trabajo manual a convertirse en el primer importador de robots industriales.
Se dice que en términos históricos la transformación que vive China deja en ridículo a la Revolución Industrial inglesa. Beijing trata de llegar al punto en el que el factor cuantitativo deviene cualitativo; es decir, el punto que tumbó las ciudades mediterráneas y, más tarde, las germánicas, a medida que la tecnología dio fuerza al modelo político del Estado francés. Hasta ahora, las urbanizaciones aceleradas han dado resultados discutibles. Pero China es China y tanto si la urbanización planificada para Beijing funciona, como si no, es probable que transforme la idea que tenemos de las ciudades, que las convierta en objeto de una mitificación aún mayor o que se cree una leyenda negra. A veces parece que la atlética democracia estadounidense vaya camino de convertirse en un espectador afrancesado que se mira con zapatillas su propia decadencia.
SAN PETERSBURGO
El brío de China y el negocio de las ciudades instantáneas recuerda los orígenes de San Petersburgo. A finales del siglo XVII, poco antes de que comenzara la Guerra de Sucesión, Pedro el Grande hizo un viaje por Europa. Del viaje saldría el proceso de occidentalización que convirtió Rusia en una potencia militar. Al igual que muchos políticos actuales del mundo árabe y asiático, el zar creyó que la manera más rápida de modernizar el país era construir una gran ciudad partiendo de cero. Ordenó que la nueva capital tuviera canales, al igual que Amsterdam. A finales del siglo XVII, la economía holandesa era la más avanzada del mundo. Holanda disponía de más barcos que el resto de países europeos juntos. La ciudad se construyó gracias a una multitud de siervos a las órdenes de artistas y arquitectos, mayormente franceses. El 1712, un año antes de que el tratado de Utrecht borrase del mapa a los catalanes, San Petersburgo se convirtió en la capital de Rusia. Mientras, la Guerra de Sucesión cortaba las alas a la Europa comercial y dejaba el continente en manos del militarismo de Versalles. París tardó 150 años en tener unas panorámicas comparables a San Petersburgo, que fue la primera ciudad experimental de la historia, una especie de Songdo o de Dubai de la ilustración. Sus palacios y sus avenidas la convirtieron en un símbolo del lujo y del progreso. París no tuvo una áurea literaria comparable hasta que, a mediados del siglo XIX, el barón de Hausmann destruyó el centro medieval de la ciudad para levantar una nueva capital al gusto de Napoleón III.
Durante el siglo de las luces nadie se acordó de los 100.000 siervos que murieron cavando agujeros y arrastrando piedras en nombre de la razón ilustrada. El resto de monarcas europeos también quisieron lucir una capital que encarnara su poder y su sabiduría. Y a medida que la distancia entre las pretensiones urbanísticas y la realidad humana se fue ensanchando, la ciudad pasó de representar los ideales de la ilustración a representar las miserias de la vida moderna. San Petersburgo vivió con una intensidad demoledora la decepción de las esperanzas generadas por la ilustración. Durante la primera mitad del siglo XX la ciudad sufrió tres revoluciones, tres cambios de nombre y un asedio de 900 días. San Petersburgo no sólo perdió la capitalidad, también perdió los artistas y el dinero y estuvo a punto de desaparecer. Las ciudades instantáneas están muy bien, es impresionante pensar que hace sólo 50 años la gente de Dubai iba en camello… Pero más vale no hacerse muchas ilusiones sobre el progreso ni tampoco sobre las ciudades que se crean de la nada con la ambición de superar Manhattan.
SASKIA SASSEN dice que en el esquema de la globalización las ciudades son el medio más eficaz para cohesionar los territorios y para hacer política. Pero a diferencia de Florida, Sassen no tiene claro si las ciudades tendrán suficiente fuerza para mantener vivo el sistema democrático. Las ciudades, dice, transformarán los estados y crearán nuevos centros y nuevas periferias. Las capitales se convertirán en el núcleo creador de un imaginario que interpelará al mundo con sus valores y su actividad. Cada ciudad será el centro de un mundo y un nodo en la red mundial. Las burocracias perderán poder en favor de las élites urbanas, y la lucha para controlar el corazón de la gente promoverá discursos místicos y ecologistas. Las ciudades deberán profundizar en su pasado para poder ser competitivas. Asegura que para vender un producto debes conocerlo bien y, en lo que nos ocupa, esto quiere decir que has de haber interiorizado «la historia profunda».
En un mundo donde Nueva York y Chicago pueden llegar a tener más importancia que los EEUU o más intereses en común con Tokio que con Dallas o Kansas City; y en una España donde Barcelona ya no puede preservar el alma a cambio de hacer de motor de la Península porque Madrid también quiere este rol, Barcelona y los catalanes tenemos pocas opciones. La política centralizadora de la capital encaja con los procesos que están en marcha, el futuro de España sólo pasa por Madrid. Y sin un Estado que nos permita aprovechar nuestra fuerza para relacionarnos libremente con el resto de ciudades mediterráneas, sufriremos por no quedar arrinconados.
A PARTIR DE HENRY KISSINGER
Una forma de comprender las consecuencias de 1714 y como acertaban los resistentes barceloneses que decían que luchaban por la libertad de España y de toda Europa, es leer Diplomacy, de Henry Kissinger (Secretario de Estado de Richard Nixon). Según Kissinger, la cultura política de los estadounidenses se forjó por oposición a la tradición europea. Los norteamericanos presuponen que el estado tiene el deber de intentar actuar con un sentido moral equiparable a las personas que representa. La base de la cultura política de Europa es la razón de estado –el concepto que Lord Bolingbroke aplicó a propósito de la paz de Utrecht cuando traicionó a los catalanes con el argumento de que Inglaterra no tiene aliados sino intereses, y que venía de la diplomacia desarrollada por los cardenales Richelieu y Mazarina mediados del siglo XVII.- Esta tradición se consolida después de 1714, cuando Francia logra arrinconar a los Habsburgo en el este de Europa. Richelieu creía que así como los intereses de los hombres tienen un trasfondo trascendente, los estados se juegan la existencia cada día porque son construcciones artificiales y, por tanto, no tienen alma. Si miramos qué potencias emergen a partir de 1714 veremos que tienen un carácter expansionista y que la base de su economía es la guerra. Veremos que después de la caída de Barcelona se generaliza la idea de que los hombres y los territorios deben adaptarse a las leyes del estado y no a la inversa como pretendía el constitucionalismo catalán o el lituano-polaco.
Mientras Barcelona resistía a las tropas borbónicas, el peligro de que estallara otra guerra civil o que se produjera un retroceso en las libertades inglesas flotaba en el ambiente de Londres. En la paz de Utrecht, los ingleses cerraron unos acuerdos muy favorables. Francia no consiguió el dominio total del continente pero se convirtió en su actor más poderoso. En 1776 los Estados Unidos retomaron el camino hacia la democracia que se truncó en Europa cuando los ingleses abandonaron Barcelona. El presidente Clinton decía que el mundo sería catalán o talibán.
LA CIUDAD COMO ELEMENTO ESPIRITUAL
Hasta la edad media la economía se basaba en el producto, a partir del siglo XVI pasó a basarse cada vez más en la cantidad y la estandarización. La ciudad moderna se fragmentó en barrios homogéneos, reflejando una visión del mundo cada vez más materialista y más sectaria. Una ciudad pierde la gracia cuando pierde la diversidad, la sorpresa, la identidad. Secuestradas por la obsesión de producir, las ciudades se convirtieron en gallineros que la élite gestionaba para alimentar mano de obra barata y para engordar los ejércitos coloniales. Ahora, a medida que el producto vuelve a ganar protagonismo, algunos valores que hasta hace poco parecían esotéricos se vuelven a considerar importantes. Una vez que la supervivencia se puede dar por descontada, lo que se echa de menos es tener alma. Palabras como alma, patria o tradición parecían incompatibles con la cultura urbana. Los templos alrededor de los cuales habían crecido las grandes ciudades habían sido sustituidos por centros comerciales. A base de carnicerías, es normal que en la segunda mitad del siglo XX la dimensión espiritual del hombre quedara en cuarentena. Con los millones de desplazados que generaron las guerras mundiales el valor telúrico de la tierra se convirtió en un problema a superar. El negocio inmobiliario fue la última expresión de unos valores materialistas que han sido la base de la formación de Europa desde la época moderna.
Las ciudades que han tenido buenos gobernantes suelen disfrutar de grandes espacios enjardinados. Las plazas y los jardines se inventaron para articular los imaginarios nacionales en torno a un ideal de bienestar. La calidad de unas élites es proporcional a la calidad de las plazas y los jardines que son capaces de crear. En los espacios pensados para que la gente vaya a sacar al perro, el tiempo se detiene y la ciudad se recrea en una promesa de felicidad.
Cuando hay fuerza y optimismo, el pasado es una fuente de creatividad. Cuando hay fuerza y frustración, las sociedades se rebelan contra el pasado y tratan de destruirlo para construir nuevos paradigmas en el vacío. En eso los Parisinos han destacado. La última vez que Barcelona creyó en su historia fue durante el modernismo, que es el intento más serio que los catalanes hemos hecho para convertir nuestra tradición en una fuente de poder. Los modernistas querían ligar el pasado con el futuro, todo lo contrario de los modernillos de ahora. Una ciudad es una lucha entre la historia y la moda.
PARÍS
París es el mejor ejemplo de la relación que el poder ha establecido con la novedad. Los franceses fueron los primeros en despreciar el pasado y promover la idea del progreso que ha movido el mundo desde la Revolución Francesa. París también tuvo que redimir los huesos sobre los que creció. La capital de Francia sufrió revoluciones y asedios e incluso una ocupación militar. El París escaparate se construye bajo los auspicios de Napoleón III, en un régimen policial surgido de una crisis institucional fuertísima. Su encanto no viene de las novelas de Balzac, ni de la filosofía de Voltaire, sino de la salvaje demolición de la ciudad medieval que se llevó a cabo para satisfacer los delirios de grandeza del Emperador. Para ello, sin embargo, había que romper con el pasado. El Imperio de Napoleón III se crea a partir de la idea totalitaria de que la conquista del futuro debe eliminar el tradicionalismo y el obrerismo al mismo tiempo. La transformación de París es el espejo de la aceleración que el régimen imprime al proceso de centralización política y homogeneización cultural del estado. La ciudad de los desfiles militares, de las mujeres objeto, de las teorías racistas de Joseph Gobineau y de los maestros que iban a adoctrinar a los niños de provincias, son producto de ese régimen. El estado francés terminó de doblar París y convirtió la ciudad en un decorado de cartón piedra que inspiró los delirios de grandeza de Adolf Hitler al igual que el Versalles de Luis XIV había inspirado antes el zar de Rusia. Mientras Amsterdam y Londres competían por el liderazgo comercial, París convertía el lujo en el motor de su poder, y modernizaba el urbanismo. En 1714, el año que Barcelona se rendía a los Borbones, París tiraba al suelo las murallas para hacer el primer bulevar. Entonces Francia tenía tanta fuerza que París se podía permitir pensar la capital como una ciudad abierta, lujo inaudito en toda Europa. Es sólo ahora que, sin haber perdido el encanto, desprende un cierto aire de cadáver exquisito. A medida que la globalización cuestiona los viejos estados nación y que el inglés y el chino van conquistando el mundo, la capital de Francia va moderando su confianza en el progreso.
HISTORIA Y DIALÉCTICA CIUDAD-ESTADO
La globalización es una reanudación de los cambios que ya se habían iniciado a primeros del siglo XX, cuando oriente comenzó a abrirse al mundo, cuando las pequeñas naciones de Europa comenzaron a reivindicar su personalidad y cuando la vida urbana se empezó a desarrollar al margen de la vida nacional dictada por los intereses militares de los viejos estados. La obra de Gaudí, al igual que la de Kafka, va contra unas formas de gobierno putrefactas, que habían dejado de representar al hombre y su realidad natural. Desde la caída de Roma, toda la historia de Europa es un tira y afloja entre la tendencia autoritaria y honogeneizante de los estados y la tendencia disgregadora y liberalizadora de las ciudades. Esta dialéctica ha sido el motor del dinamismo europeo, pero la pulsión totalitaria de los estados ha acabado por ahogarla. La guerra entre el absolutismo y el parlamentarismo se saldó en 1714 con un acuerdo entre Francia e Inglaterra que marginó Holanda y aplastó las instituciones catalanas para, más adelante, aplastar a las polacas y dejar a los pueblos germánicos fuera de contexto.
EDWARD GLAESER ha escrito The Triumph of the City en la línea del optimismo urbano chino diciendo que las ciudades nos harán más ricos, más ecológicos y más felices. Dice que la humanidad podría vivir toda junta en Texas sin que nadie tuviera que renunciar a tener una casita con jardín, y que las ciudades no paran de crecer. 37 millones de personas viven en Tokio felizmente amontonadas.
Que los americanos que viven en ciudades de más de un millón de habitantes cobran un 50 por ciento más que los que trabajan en áreas más pequeñas. Que las revoluciones se hacen llenando las capitales de masas motivadas. Que las ciudades triunfan porque las buenas ideas salen de los espacios donde hay más gente. A primeros del siglo XX, Nueva York tenía una esperanza de vida inferior a la media de los Estados Unidos, como ocurre actualmente en muchas ciudades asiáticas. Hoy tiene una renta per cápita muy superior a la media americana y la calidad de vida más alta del país. Las ciudades pujantes no son aquellas en las que los pobres tienen coche, sino aquellas en las que las señoras ricas van en metro.
CHARLIE LEDUFF describe la quiebra de Detroit como una metáfora de la crisis del estilo de vida americano. En su libro Detroit: An American Athopsy nos cuenta que en 1950 Detroit era una de las ciudades más ricas de Estados Unidos. Detroit fue la cuna de la producción en masa, de los ejecutivos con sueldo de futbolista y de la cultura del consumo que forjó el mito del estilo de vida americano. La industria de Detroit puso el coche y la lavadora en el centro de la vida de las masas y restableció la esperanza cuando el fascismo colapsó la sociedad burguesa. Pero al cabo de unos años, Charlie LeDuff volvió a casa y se encontró las avenidas vacías, los rascacielos abandonados, la policía desmoralizada y las instituciones carcomidas por la corrupción. En algunos barrios vio coyotes y cadáveres enterrados bajo la nieve. Nueva York y Chicago también pasaron crisis, pero comprendieron que una ciudad debe buscar la máxima concentración de conocimiento, no la máxima densidad de personas y servicios. Y se recuperaron reinventándose. En lugar de abandonar en el peor momento de la tormenta, los Neoyorquinos se reafirmaron con su “I ❤ New York”. La calidad de la gente es lo más importante.
La idea de que las ciudades pertenecen a los estados no es inocente. Nuestra admirada Holanda, en su momento más brillante, más que un estado nación era una constelación de 78 ciudades con representación en la Haya. Si se entiende esto se comprende el interés de Barcelona por Occitania. La decadencia holandesa comienza cuando las ciudades de los Países Bajos tuvieron que ceder el poder a un rey para protegerse del ejército de Luis XIV. Más trágico es el caso de las ciudades italianas, primero colonizadas por las potencias extranjeras y luego prostituidas por las dinámicas de la unificación. Las ligas de ciudades nos parecen antiguas porque a partir de un cierto momento dejaron de resultar útiles para defender la libertad y el dinero. En los últimos siglos, las ciudades han jugado un papel subordinado respecto de los estados. Sin embargo, desde que París recuperó el Ayuntamiento en 1970 y, sobre todo, desde que en 2000 Londres restableció la figura del alcalde, la influencia de los municipios no ha parado de crecer. Este cambio de dinámica ha esparcido la idea de que los estados están en vías de extinción.
El urbanista JANE JACOBS (1916-2006) fue de los pioneros en afirmar la tesis de que los estados y las ciudades aportan visiones del mundo contrapuestas y complementarias. En el esquema de Jacobs los estados promoverían valores como la lealtad, la fuerza, la jerarquía y el fatalismo, mientras que las ciudades representarían el pacto, la conveniencia, la confianza y el optimismo. Quizás el hecho de que España fuera el primer intento de estado nación y que Barcelona haya sido la ciudad que se ha aferrado con más terquedad a sus libertades, contribuye a que el diálogo entre Madrid y Barcelona esté marcado por la incomprensión. Los españoles, con su entrañable inflexibilidad, nos recuerdan cada día que los estados piensan en clave de derrota o de victoria, de lealtad o traición. Y nada quieren saber del pragmatismo y del win-win, que es la esencia del carácter comercial de las ciudades. La pugna entre Barcelona y Madrid cada día estará más abierta y también, por el mismo motivo, es probable que su resultado influya en la forma en como Europa acabará viéndose a si misma. PANKAJ MISHRA, en su poli-premiado ensayo De las ruinas de los imperios. La rebelión contra Occidente y la metamorfosis de Asia, escribe que Occidente se podría llegar a encontrar en una situación paradójica –situación que ya se ha dado en la historia. Hace 100 años, 13 países occidentales controlaban tres cuartas partes de la tierra y el 79 por ciento de la población del mundo. Ahora puede ocurrir que estas potencias terminen sometidas a países de una civilización extranjera gracias a la fuerza de los mismos valores que les permitieron alcanzar la hegemonía. Estos valores no tienen alternativa clara, lo que está en discusión es la hegemonía de Occidente. Esta situación de pérdida de control sobre el propio futuro es la que, según Vila, suscita el sentimiento de decadencia y el retrato del nuevo héroe occidental como un hombre que necesita reinventarse para seguir adelante. Muchas de las series televisivas de éxito (The Walking Dead, Z-Nation, Falling Skies, Last Ship, Outlander, etc.) reflejarían este sentir colectivo.
BARCELONA Y LA LIBERTAD
Para Vila, la reaparición de Barcelona en el concierto internacional debería sacar partido de este contexto. Barcelona sólo mantendrá una posición entre las grandes ciudades del mundo si contribuye a la regeneración política y espiritual de Europa. Pues ¿no son de orden inmaterial los elementos que conforman el malestar occidental? No es significativo que Barcelona sea la única ciudad del continente que está construyendo un templo cristiano? Un templo cristiano que ha sido revalorizado por la admiración insistente de los turistas precisamente asiáticos. Si pensamos que los turistas que han dado valor a la Sagrada Familia pertenecen a la aglomeración humana más dinámica y pujante del mundo, esto quizás nos hará pensar. Los catalanes tenemos cosas en común con los países asiáticos emergentes: una profunda voluntad de ser y de demostrar al mundo que somos una nación digna de ser tenida en cuenta, una necesidad de redimir nuestra condición de pueblo vencido y humillado. Como China y muchas ex-colonias emergentes, durante mucho tiempo, nos hemos sentido fuera de la historia.
La respuesta a la hegemonía occidental de países como el Japón, China, India o las dos Coreas, ha sido armarse hasta los dientes y fortalecer la burocracia. Hoy los grandes países orientales son réplicas gigantescas de los viejos estados nación decimonónicos europeos. Hay una diferencia esencial -occidental- en la respuesta catalana. Si la respuesta asiática consistió en copiar los elementos de disciplina y organización que daban forma militar a los estados europeos, la catalana consistió en profundizar en los ideales cívicos y democráticos implícitos en las revoluciones francesa y americana.
Y también en la historia propia del país anterior a 1714. La respuesta de Cataluña –encabezada por el barcelonismo del filósofo EUGENI D’ORS (“Sobre las ruinas de las naciones edificaremos la ciudad”)– no fue belicista, fue cultural. En el tránsito del siglo XIX al siglo XX, Cataluña, que era un país violentísimo, de una violencia instintiva y medieval, comenzó a forjar un modelo de país casi post-materialista, basado en la educación y en el civismo. El culturalismo catalán se colapsó ante la vorágine de violencia que llevó la guerra civil y la dictadura, sin embargo los obstáculos no lograron parar una evolución de carácter histórico de la que ahora estamos viendo los frutos. Mientras este siglo XXI parezca destinado a ver emerger países marcados por la humillación y por la derrota, Barcelona no debe tener miedo a postularse como una de las capitales con el deber de impulsar la regeneración del viejo continente. El hecho de que estemos celebrando el tricentenario de 1714 no deja de ser una muestra más de que ninguna ciudad ha conservado un recuerdo tan intenso y tan apasionado de las libertades perdidas por los núcleos urbanos durante el proceso de la formación de los viejos estados nación europeos.
Mientras que en el resto del mundo las ciudades y los países han acabado siendo obra de las maquinarias estatales, en Cataluña han sido las ciudades, lideradas por Barcelona, las que han forjado las bases de la consciencia nacional y del progreso. Este hecho ayuda a entender la fama que tiene Barcelona en el extranjero -y el hecho de que el magnetismo de la ciudad vaya aumentando a medida que las condiciones para ejercer la libertad mejoran en España y en el conjunto de Europa.
El libro El Territori de la Catalunya medieval de FLOCEL SABATÉ hace pensar en el modelo que Barcelona podría ayudar a articular dentro de la Unión Europea. Quizás deberíamos ir hacia una Europa entendida como una constelación de ciudades mutuamente influidas y dependientes, pero con un proyecto y un territorio propios, que fuera una evolución de la mejor tradición urbana medieval y de las aportaciones organizativas de los franceses y el antiguo Imperio hispánico. Con un sistema territorial que hiciera de Europa una gran Suiza, el continente se ahorraría dividir lo que no es divisible y podría aprovechar la fuerza del localismo para tener un papel más destacado en el mundo. Ya en el siglo XIV, se escribía que Cataluña eran 10 ciudades. Hay una línea teórica que va desde los juristas del siglo XV hasta Eugeni d’Ors para explicar el país como un sistema de ciudades en red liderado por Barcelona. A diferencia de lo que ocurrió en Francia o en Castilla, en Cataluña las fronteras con el campo quedaron desdibujadas muy deprisa. El país enseguida se constituyó como una red de soberanías donde cada ciudad funcionaba como un pequeño estado. Esto dio un tejido comercial intensivo y bien trabado, capaz de sacar rendimiento a un territorio pequeñísimo. La articulación de pequeñas capitales mutuamente influidas ató tan estrechamente la idea de país al territorio que la hizo inexpugnable. El modelo de estado nación centralista y uniformizador puede funcionar en Asia o América del Sur. En Europa, sin embargo, deberíamos hacer evolucionar al mundo, si no, quedaremos aplastados por la fuerza cuantitativa de nuestros adversarios militares y económicos. La gracia de Barcelona es que tiene la historia y la fuerza necesarias para ofrecer una alternativa a la decadencia occidental desde dentro de Occidente mismo. Los extranjeros que visitan Barcelona vienen a admirar, además del sol y la paella, los esfuerzos, presentes en cada detalle, que el país ha hecho para sobrevivir a las políticas de despacho –también denominadas racionalistas-. Hoy, estos esfuerzos le dan a Barcelona una pátina de autenticidad que las personas nacidas en las viejas democracias estandarizadas pueden echar de menos. Ninguna otra ciudad encarna tan intensamente los ideales modernos de libertad que el proceso de construcción de los viejos estados nación fue dejando por el camino. La reaparición política de Barcelona puede ser un elemento valioso para Occidente, de cara a poner un contrapeso al gigantismo y a las formas de capitalismo más grotesco que promueven los poderes menos sensibles a la democracia.
Las ideologías materialistas de la modernidad nos habían acostumbrado a creer que sólo el hambre y la miseria podían llevar a la gente a sublevarse. Últimamente, sin embargo, en Cataluña y en Hong Kong vemos que no es exactamente así. Aun queda margen para reivindicar la dignidad. Los analistas se llenan la boca de cifras y discursos económicos, pero en Barcelona las manifestaciones de los indignados no han pasado de 300.000 personas mientras que las pacifistas y las independentistas siempre han sobrepasado el millón de personas. Las hipotéticas independencias de Cataluña, Escocia o Flandes deberían ofrecer compensaciones a la fragmentación del panorama político europeo si quieren consolidarse. La compensación que las naciones pequeñas ofrecen a la Unión Europea es la superación de los traumas de la historia y de la cultura promovida por los viejos estados nación. En Civilization, NIALL FERGUSON dice que durante los últimos treinta años, los jóvenes de Occidente han recibido una educación desprovista de sustancia histórica; que han sido alentados a sentir empatia por los centuriones romanos y por las víctimas del holocausto, pero que no han recibido la educación necesaria para analizar y entender el mundo, para comprender las actitudes que sitúan a nuestra civilización en el centro de la historia. Hoy, la historia es una fuente de dolorismo complacido, más que una herramienta para comprender el mundo y para invitar a los europeos a vivir con valentía y decisión. Las dos guerras mundiales son una excusa para ocultar el proceso de nacionalización fraudulenta de unos estados, que a menudo se llaman plurinacionales, pero que están pensados para el beneficio exclusivo de uno solo de sus pueblos. Mientras que la Unión Europea intenta encarnar ante el mundo los valores de la democracia, de cara adentro la estructura territorial responde todavía a los viejos criterios de la fuerza y de la guerra, más que a los de la eficiencia económica o cultural.
Barcelona debería contribuir a remover el fondo telúrico de los países europeos, a dinamizar la diversidad del continente y devolver a nuestra historia el universo que creó los ideales de libertad y dignidad humana. Barcelona es la única de las grandes ciudades mediterráneas medievales que hizo la Revolución industrial a tiempo. Es la única que ha resistido al empuje de los centros urbanos del norte sin ser destrozada –todavía– por el turismo. Las calles no son sólo la expresión de la vida cotidiana de los habitantes de una ciudad, también son la representación de su cultura política y de su manera de entender el mundo.
El crítico ROBERT HUGHES (1938-2012) en su libro Barcelona, explica la sorpresa con la que descubrió que no podía comprender los monumentos que han hecho famosa a la ciudad, sin adentrarse en la historia de Cataluña y en el impulso que dio a sus creadores. Hughes se dio cuenta de que era la añoranza del pasado catalán –un pasado para él desconocido, invisible en el relato de la cultura occidental– lo que había sido el motor de los mejores arquitectos de la ciudad, así como del resto de artistas –músicos, pintores, poetas y prosistas–. En las calles de Barcelona –y la epopeya que les da nombre–, se palpa la relación que Barcelona tiene con los ideales de libertad que han forjado nuestra civilización, eso explica tanto o más que la meteorología y la gastronomía la relación –a menudo romántica– que muchos extranjeros establecen con la ciudad.
QUENTIN SKINNER, catedrático de Cambridge i de Harvard y autor de The Foundations of Modern Political Thought sitúa las ciudades italianas en la vanguardia de las libertades europeas. «Las ciudades italianas –escribía un viajero alemán del siglo XII– desean tanto la libertad que se han vuelto repúblicas independientes y cada una es gobernada por un alcalde elegido por una asamblea, con un mandato breve para contener los excesos de poder». JOSEP PLA recogía el imaginario colectivo diciendo que Cataluña era la parte más occidental de Italia. Sobre el amor de los catalanes a la libertad a propósito de la heroica resistencia del 1714 ante el asedio por parte de Castilla y Francia [las ciudades catalanas, con Barcelona a la cabeza, hizaron la bandera negra enarbolando el lema “Viurem lliures o morirem”], VOLTAIRE dijo: “Cataluña no necesita al mundo pero el mundo no puede pasar sin Cataluña”.
Volvamos a la reflexión inicial de DALÍ sobre el renacimiento europeo. Recordemos que afirmaba que tal renacimiento se basaría en la reactualización individualista de la tradición católica. Las propuestas que hemos visto ayudan a darle sentido. El catolicismo se puede entender como el espíritu de las Polis griegas pasado por el judaísmo y por Roma, revivido en la Edad Media y, según parece, también podría estar resurgiendo ahora.
Además, coincide geográficamente con la tradición mediterránea, especialmente viva en Cataluña. El individualismo es la independencia defendida por los ciudadanos urbanitas, la necesidad de libertad que tienen las clases creativas. “De lo ultra-local a lo universal!” decía también Dalí inspirado por Montaigne (que a su vez se inspiraba en Ramon Sibiuda, protagonista del giro antropocéntrico que puso al hombre en el lugar de Dios). Las ciudades las hacen sus individuos –recordemos el caso de Nueva York (<3)– y son a la geopolítica lo que el individuo al grupo.
Para terminar, completaremos la reflexión de la mano de las megalópolis sacadas a la luz por Richard Florida, que en lo referente a Barcelona coinciden con los mapas económicos y de poder medievales y con la zona reivindicada por los occitanistas (googlear “Gold Banana”). Además de en las clases creativas y el fenómeno gay, la originalidad de Florida también se manifiesta en el hecho de haber utilizado la imagen de la luz que desprende el planeta por la noche (emanada de sus ciudades) para mostrar que coinciden con los focos de irradiación económica, creativa y de buena proyección para el futuro. Sorprendentemente –o no– la Ciudad Condal capitanea la onceava megalopolis mundial en estos términos*. A Yeguas de Pequín o Madrid. Quizá la cultura mediterránea sea eso: ciudades, comercio, arte… El caso es que podemos constatar algo: la pequeña Barcelona –ya sea vencida, individualista o católica– saluda al mundo. Y quiere más! Eso está claro.
*Tabla de Megalopolis basada en el indicador económico LRP (Light-based Regional Product). Extraída del estudio “The Rise of Mega-Region” de Richard Florida, Tim Gulden y Charlotte Mellander (2007).
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