Por: Anna Vilà
Ilustración de Joan Carles Anta
Hay dos ventanas, una dentro de otra. Yo miro desde la más lejana, helada. Miro y nos veo en una piscina. (Estamos dentro de una piscina.) Digo miro pero seguramente es la boca la que lo hace todo. Miro o digo. Nos miro o nos digo dentro de una piscina. Azul. Azul y casi sé que es color carne. En la piscina, verticales; apenas medio cuerpo nos queda a cada uno. Tú me tocas un hombro repentino. No me tocas un hombro repentinamente, me tocas un hombro que me apareció, así sin saber cómo, nuevo, brusco y abrupto, singularidad de aire colapsado. Tú me tocas el hombro, nuevo cuerpo, y ya se vuelve pecho: un balbuceo en forma de cúpula, tiembla. Se eriza toda el agua del agua que somos, y en la que somos, que nos es, que hacemos y que nos hace; toda el agua: música en pizzicato. ¡Ya no hay frío! Ni ventanas ni ahogamientos en los lagos de sus espejos -sembrados, ay, de estáticas bocas rectas, naufragadas, taxidermia de la soledad más asesina, y húmeda. ¡Ya no hay frío! Ni tumbas en los espejos. Refutamos el aire, casi todos sus cristales, siendo manos; desde las manos, y sus cien sílabas; goteamos.