Movimientismo Indignado

Recientemente hemos asistido en todo el mundo a la eclosión, expansión, atención mediática y paulatino olvido de los movimientos sociales indignados. Catapultados por la crisis económica a la que alguien ha decidido invitarnos, estos movimientos atrajeron a un variopinto conjunto de ciudadanos que encontraron en ellos una vía atractiva, pacífica y masiva de dar salida a una más que justificada indignación. Movimiento 15M, México toma la calle o Occupy Wall Street son sólo algunos ejemplos. Desligándose desde un buen principio de los tradicionales métodos de protesta y lucha -marchas, manifestaciones, concentraciones puntuales-, los movimientos indignados decidieron visibilizarse a partir de la reapropiación de duración indeterminada (las acampadas) de los centros históricos de las ciudades. Los medios de comunicación acudieron masivamente ante la novedad del planteamiento, intentando desentrañar qué pedían aquellos muchachos con los que todos podían simpatizar en mayor o menor medida. Cuando la mirada mediática se posó en temas más novedosos gran parte de esos movimientos se desvanecieron. Quedó para muchos la sensación de haber presenciado un apasionante relámpago en el océano.

Podríamos decir de los movimientos indignados que su principal seña de identidad es, justamente, mostrarse indignados. Es decir, mostrar su indignación social, económica y política como una exudación emocional, plagada de sentimiento comunitario, que rehuye todo intento de adscripción ideológica o formalización estructurada. El rechazo voluntarioso de liderazgos hace recurrir al asamblearismo como un efectivo órgano imposibilitador de toma de decisiones, convirtiendo al movimiento en un experto intralocutor con casi nula capacidad extralocutora.

Encontramos así a los movimientos indignados emparentados con el llamado movimientismo, una reintepretación de los tradicionales movimientos sociales enmarcada en la post-modernidad. El movimientismo es un empirismo que se sustenta en el movimiento por el movimiento mismo. Es una lucha social que desprecia por pasada de moda la tradicional lucha de clases; quiere hacer algo para enfrentarse a la injusticia, pero no sabe, no acierta a comprender muy bien qué. Entiende la movilización como fin en sí mismo, como climax de la protesta más allá de conseguir objetivos cuantificables: abordar las causas reales de la injusticia llevaría a territorios intelectualmente incómodos en los que no se está dispuesto a entrar. La euforia de estar en movimiento y sentirse reconocido sin realmente arriesgar nada. Y, como tristemente hemos visto en los ejemplos cercanos, el tiempo acaba por hastiar al movimientista: su concepto de lucha no solucionan nada -porque no pretende solucionar nada- y cae en el pesimismo y en el abandono, una vez pasada la novedad o saciada la necesidad de adrenalina comunitaria.

Nuestros movimientos indignados han bebido igualmente del ciudadanismo. Es ésta una ideología de clase media que podría describirse como una creencia radical en que el voluntarismo democrático puede domesticar al capitalismo, aderezada con una marcada vocación pedagógica y ecuménica -filocristiana, diríamos- y culminada por la negación de los partidos políticos tradicionales. Abundando en este último punto, el ciudadanismo hace gala de sentimientos democráticos exacerbados y renuncia a cualquier adscripción política. «No somos ni de izquierdas ni de derechas, somos apolíticos», dicen.

 El ciudadanismo es, ante todo, una reformulación intrínsecamente moral y buenista del capitalismo y la democracia occidental. Acepta el capitalismo como una realidad inamovible (no intrínsecamente mala) y se contenta con pulir sus excesos inmorales sin cuestionar la inmoralidad de sus cimientos. Armado de juicios morales y articulándose en uniones volátiles, propone una reforma etérea de algo que, en realidad, no se cuestiona en profundidad.

Los movimientos indignados que hemos visto en todo el mundo son un ejemplo de fusión entre movimientismo y ciudadanismo. La fragilidad intrínseca a todos los movimientos guiados por sentimientos y no por ideas le contrapone a los tradicionales movimientos sociales y a la lucha de clases. Y, lo que es más peligroso, su rechazo a una adscripción ideológica los convierte en terreno abonado para la extrema derecha, siempre preparada para capitalizar el descontento social y nominar un líder que tome, finalmente, la iniciativa.

El atractivo de los movimientos indignados, su potencial social y su capacidad movilizadora están fuera de toda duda. Lo que tal vez se eche en falta es una concreción política y formalización ideológica que organice esa lucha («son muchos y cuidado que están organizados», decía el policía), alejándola del estilo post-político y encauzándola en estructuras de acción homologables que articulen esa energía social hacia la consecución de cambios reales: convertir la indignación inactiva en acción indignada.

por: Toni Lou

Leer más en: No. 1 MOVIMIENTO pag. 37

Movimientismo

Una respuesta a “Movimientismo Indignado

  1. En Europa o cualquier otra región con rentas altas es imposible una revolución por mucho que se indigne la gente. Mientras sigan llegando los cargamentos de iPhones todo estará bien y el resto del mundo seguirá siendo una película, las plazas se llenarán de performers…
    Te envío un saludo.

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